Las muertes de Dallas reabren la herida racial en EEUU, su “Pecado Original”, porque este gran “País de la Libertad” nació ya con este pecado.
En todos los países, en una u otra época, han existido prejuicios raciales, tribales, religiosos o políticos, según los casos; pero el problema de la superioridad de una raza sobre otra ha adquirido proporciones gigantescas en algunos momentos. Norteamérica es uno de los países en que este fenómeno se ha planteado con virulencia.
Los negros no constituyen una minoría racial o cultural en el sentido habitual del término. No son un grupo racialmente puro, sino en un 60 o 70 por 100 resultado de mezcla de sangres blancas y negras. El negro americano, según la Enciclopedia Británica, «es un nuevo producto biológico y cultural». La discriminación racial tiene su origen en dos momentos determinados de la historia americana; el primero es el período de la esclavitud, en el que se forja la separación entre las dos razas, erigiéndose la blanca en rectora y definiéndose como superior. El segundo momento es el de la época de la Reconstrucción, a partir de la cual el blanco no se limita ya a despreciar al negro, sino que comienza a odiarle, por ver en él un posible competidor, sobre todo en materia de empleo.
La discriminación, tal y como hoy se presenta, arranca de este último período. Para Morroe Berger, la discriminación «es un acto preciso que tiene deliberadamente por objeto privar a ciertas personas de determinadas ventajas, porque se presume de ellas (con razón o sin ella) que pertenecen a un determinado grupo… Motivada de este modo, la discriminación consiste en negar un derecho o un privilegio a una persona, porque se supone que pertenece a tal o cual grupo, cualesquiera que sean sus cualidades individuales».
La discriminación responde a un prejuicio y, en consecuencia, mientras que la discriminación se puede combatir mediante leyes, al prejuicio racial sólo se puede desarraigar mediante un proceso educativo que haga ver al individuo la falsedad del prejuicio. La lucha contra el prejuicio racial constituye «una de las batallas más crueles y complejas de América», afirma Cartier.
La discriminación racial, sobre todo en el Sur, presenta, a juicio de la mayoría de los que han estudiado el tema, las características del sistema de castas, cosa que choca por completo con los valores dominantes de la sociedad americana. Pero ni todos los blancos, ni todos los negros, tienen las mismas actitudes frente a este problema. Entre los blancos pueden distinguirse tres grupos: la minoría que desciende de los abolicionistas del siglo XIX, que se opone resueltamente a cualquier tipo de segregación; la minoría de los que afirman la superioridad de la raza blanca, y la gran mayoría de los «no comprometidos» en esta cuestión.
Entre los negros es claro que no es posible la indiferencia ante el problema. Una minoría dirige la lucha, mientras la mayoría espera los resultados. Han desaparecido el «tío tomismo», (la doctrina del buen negro que conoce su sitio), y la tendencia a hacerse pasar por blanco cuando el color lo permite.
Gunnar Myrdal, en su ya clásico An American Dilemma, enumera en orden decreciente los problemas claves para los partidarios de la segregación:
- Los matrimonios mixtos y las relaciones sexuales con mujeres blancas.
- Otras relaciones personales.
- La frecuentación de lugares públicos o utilización de servicios públicos.
- Los derechos políticos.
- La discriminación practicada ante los tribunales o por miembros de la policía y otros funcionarios.
- La actividad económica.
Por el contrario, la intensidad de los sentimientos de los negros sobre estas cuestiones varía en razón inversa… En resumen, los blancos temen principalmente el contacto sexual, como han demostrado varios estudios.
Hay una comunidad (la blanca) y una subcomunidad (la negra), que constituyen un sistema de castas; el control social de la primera sobre la segunda es de tal categoría que, prácticamente, se niega sus derechos a la casta subordinada. Este sistema es inestable, y produce desequilibrios mentales en ambas castas. Además, presenta contradicciones evidentes, ya que la mejor posición económica de algunos negros hace que siendo inferiores a los blancos por casta, sean superiores por clase o estrato social. Los negocios motivan en muchas ocasiones que se rompan las barreras de casta.
John Dollard se fija de manera especial en los factores psicológicos de este sistema de castas. En primer lugar, el sistema de castas ejerce presiones psicológicas en el negro que, naturalmente, se reflejan en su conducta. Muchos jóvenes afroamericanos acaban asumiendo su inferioridad y se convencen de que no pueden aspirar a nada mejor ni superior. Teniendo oportunidad de estudiar, la mayoría acaba en la delincuecia, la droga y, por tanto, en la cárcel. Por otra parte, como los blancos tampoco se salvan de estos desequilibrios psicológicos, Dollard llega a afirmar que se trata de toda una sociedad psicópata. El blanco tiene miedo sexual al negro; le horroriza pensar que el negro tenga acceso a la mujer blanca (generalmente porque le cree más viril). Por otro lado, la mujer blanca se siente atraída inconscientemente por esa pretendida «supervirilidad» del negro (de forma que muchas «violaciones» jamás lo fueron en realidad), y el hombre blanco por la mujer negra, no sólo porque la considera más «sexual», sino también por humillar al negro.
Es curioso que el hombre blanco, que no soporta a un negro en el mismo autobús, no siente reparos en mantener relaciones sexuales con mujeres negras. Subyacente al sistema de castas encontramos, pues, un miedo sexual, unido a un miedo político, económico y social. El resultado es la segregación racial, dentro de un sistema de castas que deshumaniza tanto a los blancos como a los negros, de forma que los miembros de las dos castas responden en cuanto categorías más que como individuos.
Queener, desde el punto de vista de la Psicología Social, nos muestra todas las implicaciones del sistema. El blanco no percibe al negro objetivo, sino al subjetivo, al que él crea. Los negros, a su vez, responden a la superioridad del blanco aceptándola, evitándola o con un cierto tipo de agresión. Las diferentes respuestas varían conforme al estrato social a que el negro pertenece, ya que las diferencias entre blancos y negros no tienen base física alguna y tienden a desaparecer cuando se mantienen constantes ciertas variables.
El negro puede ser igual al blanco, siempre y cuando se le den las mismas oportunidades de desarrollarse, y como afirmaron 32 sociólogos en una declaración presentada ante el Tribunal Supremo en 1954: «El sistema de separación de razas es deprimente desde el punto de vista psicológico para los miembros del grupo segregado… y también para el grupo mayoritario.»
«ÁFRICA PIENSA» cree que la discriminación por motivos de raza, religión, sexo, tribu, etc; es una excusa para justificar nuestros crímenes. El problema de fondo es el afán del ser humano por el poder y el dominio sobre los demás. Lo que pasa que es que, como es astuto, siempre ha utilizado a Dios, la religión, la raza, la tribu o el sexo, para justificar sus actos. La discriminación, por el motivo que sea, es casi siempre cuestión de poder y el miedo a perderlo.
Fuente: DIALNET, Portal de información multidisciplinar. Universidad de La Rioja