WOLE SOYINKA, Premio Nobel de Literatura

Wole Soyinka, dramaturgo, poeta, novelista y crítico, nació en julio del año 1934 en AbeokutaNigeria, y su nombre completo es Akinwande Oluwole Soyinka.

Comenzó sus estudios superiores en la Universidad de Ibadán, que culminaría en la Universidad de Leeds, Inglaterra. Allí fue influido por el estudioso shakespeareano Wilson Knight y por el ambiente de experimentación de la década de 1950. En ese período escribió dos comedias que fueron representadas en Londres: The Swamp Dwellers y la célebre The Lion and the Jewel.

Entre 1957 y 1959, trabajó en el «Royal Court Theatre» de Londres como director y actor. En este período también escribió tres obras para una pequeña compañía de actores que había reclutado. Si bien muchos escritores africanos rechazaban el uso de las lenguas europeas debido a la asociación entre Europa y la violenta colonización de África, Soyinka optó por desarrollar sus escritos en inglés. Se caracteriza por mezclar las tradiciones africanas con el estilo europeo, utiliza tradiciones y mitos africanos y los narra utilizando formas occidentales. Siempre aprovechó sus obras para difundir su postura social y política, por lo cual su obra está plagada de simbolismos (algunos sencillos, otros bastante complejos). Este estilo ácido fue una de las causas de su arresto en 1967.

En la década de 1960 vuelve a Nigeria para estudiar el teatro africano, y ese mismo año funda el grupo teatral «Las máscaras de 1960». Sus trabajos en esta época están teñidos de algo de crítica social, pero por lo general esta se hace en un modo ligero y, a veces, humorístico.

En 1963, con motivo de la celebración de la independencia de Nigeria, escribió su primera obra de consideración: La danza de los bosques, una sátira acerca de los problemas de una nación joven a la vez que una crítica de la edulcoración del pasado, en un estilo que mezclaba las técnicas de vanguardia con el folclore africano. En 1965 publicó la novela Los intérpretes, que ha sido comparada, por la complejidad de su técnica y por su calidad artística, con las tentativas literarias de J. Joyce y W. Faulkner.

Durante la guerra civil en Nigeria, Soyinka fue encarcelado durante 22 meses, experiencia que describió en un conmovedor libro: El hombre ha muerto (1972), y en la novela La estación del caos (1973). En 1972 se exilió voluntariamente, inaugurando una intensa etapa en la que escribió cuatro notables piezas de teatro: Las metamorfosis del hermano JeroThe Bacchae of EuripidesMadmen and Specialists y La muerte y los caballeros del rey. En 1976 publicó el que se considera su más importante libro de ensayos:

La combinación armoniosa de una experimentación audaz y el amor por las raíces yorubas ha sido siempre una característica de su literatura. Esto lo llevó a polemizar con los representantes de la negritud, de quienes dijo: «El tigre no necesita hacer alarde de su tigritud».

En 1986, le otorgan el Premio Nobel de Literatura. Es el primer escritor africano que lo recibe. En 1994 se vio forzado al exilio, del que no pudo regresar hasta 1998.

Cabe destacar también su autobiografía Aké, los años de la niñez (1981), cuyo título proviene del nombre de la aldea en que creció y en la que describe, de un modo vívido e imaginativo, su infancia y educación bajo las tradiciones yorubas. Obras posteriores son Beautification of Area Boy (1995)The gay’s never die (2000). Publicó también el libro Clima de miedo (2007), que recoge cinco textos escritos en 2004 para el ciclo de conferencias Reith de la cadena británica BBC.

¡OH, RAÍCES!                 

Raíces, sed un ancla para mi quilla,

estibadme contra los vientos rebeldes,

sondead tierras y hondas aguas nutrientes,

energía que calme mi sed eterna,

cegados los arroyos, cieno a vosotras

os ahoga, maldiciones os estancan

y viajeros con mapas junto a las charcas

buscan alivio.

Sus tazas en las aguas elevan burbujas de corrupción,

fangos de maldad, tumbas sin lágrimas ni endechas.

Raíces, alejaos de los riachuelos que se filtran y manchan,

que yo esos crímenes no comparta, comunión infecta tierra

amen cenizas de un mismo hogar esparcidas.

¡Raíces!: lejos de la traición oscura de fosas que aceptan,

de estacas con gueldo no seáis la imagen del nido de víboras cual cebo,

de horribles prodigios airados no, el vigor altivo horada el más hondo secreto,

asoma junto al temor culpable la garra usurera,

las babas que asolan canillas temblosas y decepcionadas.

Oh, raíces, sed el ancla de mi quilla,

suturadme el pensar con tensos carretes,

buscad en la tierra agua fresca y nutriente,

cavad con vara aguda pozos eternos,

baldead horas rancias hacia el desagüe

sin fin de la muerte. El aliento cautivo

de arroyos y lagos despertad,

sus aguas llevad a la simiente, a las lindes de eras.

Raíces, sed la malla que mi diseño conforma,

fieles a vuestra orden secreta.

¡Firme edificio elevado con que sanan desgarros y llantos desnudos,

emblema en diosos bajeles, probado ariete,

granito en testa oh demoledor de diques mortero en térreo hormigón,

campaneros en torres rocosas, dadme las Guirnaldas del Tiempo,

a vuestra eternidad someted los podios que elevo contra la locura

contra el sombrío instante del engaño contra los truenos del meridión!

Explorador hacia el averno, conduce mis pasos al corazón,

a la semilla arrástrame a los crisoles de la alquímica terrestre,

donde nacen metal y roca a las vibraciones de tu diapasón.

Cógeme las manos, que se unan en charlas,

recuerdos, vistas que cieguen al viajero,

que mareas de vino al festín arrastran,

que mis manos se entrelacen a las suyas,

savia clara, carne oscura, espectral cabello,

grilletes cual hojas y ramas, la vena de rama y roca,

ojos en matriz del grano con un filtro de impulsos teje sus huesos,

que los peines de mis tuétanos en roca reciban raíces de rayos celestes

y almacenen la luz de su ojo difunto entierra todo pulso letal,

que en el cáliz de mis manos vibre ardiente armonía,

y cena en las bodas de cielo y tierra.

Mis manos engarza a un rito vernal,

a las verdes de los muertos.

Oh, raíces, raíces. ¡Si no aguantara!

¡Si el viento lo hundiese y ahogaran arenas del páramo,

si lo abrasara un destello de la hambrienta espera,

los lazos soltad sobre los diques,

defensa final! Guían la proa los arrastres de la resaca,

un baño gris en lagos silentes,

esa paz de viajeros de antaño, este paso mudable.

Puros, esperan a que el rastreador llegue al centro reseco,

al resbalón subiendo a que el corazón se rinda a extrañas fuentes

que a lo lejos juran saciar la sed perpetua.

Fuente: Biografía y vidas. La enciclopedia biográfica en línea

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